12/21/2005

El ojo del fotógrafo


Algunos fisiólogos han sugerido que el ojo humano está construido como una cámara fotográfica. Tiene un lente, que corresponde al cristalino, y una película sensible a la luz, que es la retina.

La analogía es obviamente al revés. La cámara fotográfica es la que trata de simular la función del ojo. Sólo que la cámara no está llena de los fluidos que, en el ojo, doblan la luz a su paso por diferentes capas, hasta enfocarla en una superficie semiesférica compuesta de millones de células con forma de pequeños conos y bastones.

La cámara puede tener una película recubierta de cristales de nitrato de plata, o unos receptores que captan esta misma información y la convierten en números. La cámara es capaz de reproducir tonos, luces y sombras, pero no tiene vida propia. La cámara no tiene células vivas, que sufran un proceso fotoquímico a partir de una sustancia púrpura, la rodopsina, que a su vez inicia un impulso eléctrico, el cual viaja a través de conexiones nerviosas hasta el sitio más distante posible de los ojos en el cerebro, para producir una imagen que, en cuestión de segundos, es procesada, analizada, comprendida o memorizada.

El ojo del fotógrafo es la herramienta con la cual capta una experiencia visual única en un instante determinado. Siempre busca una imagen original, que refleje verazmente un ambiente o que represente fielmente a un personaje; a veces busca distorsionar lo que ve, para presentar facetas insospechadas de una situación o persona.

Con su composición, el fotógrafo busca diversos ángulos, incidencias de luz, sombras o reflejos. Con su cámara, guiada por su ojo o por su instinto, el fotógrafo captura fracciones de instante, que libera del paso del tiempo.

El registro fotográfico representa un momento de decisión; el fotógrafo puede adelantarse a ese momento, o puede escoger capturar el instante de la acción justo cuando ésta se ha terminado. El fotógrafo dispara cuando sospecha o tiene la certeza de que va a dar en el blanco. Así, obtiene la representación de un momento dado, desde un punto de vista único.

El fotógrafo sale de cacería armado con su ojo y con su cámara; sus trofeos de caza son sus imágenes, la prueba que añora todo cazador: que ha sabido capturar momentos para hacerlos perdurables. Después de atraparlos, las fracciones de instante que ha retenido con su cámara pasan a formar parte de una colección de recuerdos. El ojo del fotógrafo no descansa. Aunque no lleve consigo su cámara, siempre registra momentos que podría enmarcar, y que guarda en la memoria con la esperanza de poder volver a verlos para atraparlos definitivamente.

Si el fotógrafo es además radiólogo, su mirada se vuelve penetrante. Con su ojo, captura momentos, personas y objetos; con su visión de rayos X, captura órganos, funciones, pedazos de personas. Ve y percibe. No se pierde de los detalles externos y detecta sus fallas internas. Cuando el radiólogo juega a ser fotógrafo, atraviesa con su mirada, explora mundos que de otra manera serían invisibles. Conoce el interior. Conoce tu interior.






Radiografía del juguete de un niño, tomada para convencer a su dueño de dejarse hacer un estudio de Rayos X.


















Estómago enrojecido. Úlcera gástrica.



Imagen seudorradiográfica. Exposición directa de una película radiográfica.

11/14/2005














Psicología del verso

Le oí decir a una psicóloga
que los niños no pueden hacer poesía
que no saben de métrica
no tienen síntesis
ni ritmo ni versos

pero he visto a mis hijas
caminar en verso
mover sus manitas
con rima perfecta
y mirarme con métrica
de soneto clásico

cuando me hablan
sus voces son un canto
ellas inventan odas
y dominan el haiku

pero si me llaman
no sólo me conmueven
me sacuden y sintetizan
sino que confirman
mi psicología del verso:


mis hijas son un poema.



Mario Bonilla, 2000.

9/22/2005

¿Cómo cambiar a Colombia?

Boletín Imágenes. Revista Institucional, Asociación Colombiana de Radiología, 2005;11(1): 8.

El año pasado, la revista periodística Cambio lanzó una convocatoria a sus lectores para que enviaran sus opiniones acerca de las maneras en las que se podría cambiar el país. Reflexiones personales sobre el tema.
Hace un par de años, un sindicalista argentino se hizo famoso por una frase suya, con la que sugería que una manera de salir de la crisis de ese país era que sus dirigentes dejaran de robar por un tiempo. La desfachatez de su sentencia se debió a su conjugación, pues al proferirla en primera persona, el dirigente se incluía a sí mismo entre la caterva de secuaces que, disfrazados de políticos, habían sumido al país austral en una de las peores situaciones económicas de su historia. Y es que para llevar a semejante crisis a un país sin guerra de guerrillas y sin tanto problema de narcotráfico como el de sus vecinos de continente, hace falta robar mucho. El ejemplo de algunos, -pocos o muchos, prefiero pensar que no todos-, nos puede hacer creer que político y corrupto son sinónimos. Esta puede ser la razón para que haya muchos colombianos, pero de los que no pertenecen a las bandas de saqueadores, que piensan que para cambiar al país hay que erradicar a políticos de la clase del tristemente célebre Luis Barrionuevo, de Argentina.

De manera análoga a las enfermedades que tienen una clara determinación genética, en las que puede ser importante o imprescindible detectar el factor que favorece su transmisión a generaciones de descendientes, no es raro buscar en nuestros ancestros la explicación para
algún comportamiento aberrante o sociopático. Así, también hay muchos colombianos que están convencidos que, de haber sido descubiertos o conquistados por angloparlantes, habríamos tenido un mejor o más temprano desarrollo. No son raros los conformistas que opinan que no vale la pena tratar de cambiar la historia, ni el país, para lo que viene al caso. Para ellos, somos lo que nos dejaron los españoles. Si tan sólo nos hubieran conquistado los ingleses...

Cada vez son más frecuentes los ejemplos de la manera cómo se manipulan las noticias, cuyo objetivo, que debía ser el de abrir espacios de reflexión, a veces parece ser el de distorsionar nuestros principios más elementales. Es así como los reportajes de eventos violentos y de actos de guerra pueden ser presentados para aumentar la audiencia de los medios de comunicación. Las guerras sólo dejan vencidos; al contabilizar cadáveres, todos los muertos de una guerra son demasiados, sin importar el bando al que hayan pertenecido. Refugiados en la libertad de expresión, que no es lo mismo que el derecho a decir o escribir barbaridades, algunos
periodistas -pocos o muchos, prefiero pensar que no todos- han contribuido al fanatismo y a la insensibilidad, contando y mostrando muertos sin que parezca importante que alguna vez fueron vidas.

Algunos médicos -pocos o muchos- han contribuido a cambiar la imagen de esta profesión en el país. Luego de varios años en que se aprovecharon del sistema de salud, el sistema ahora se aprovecha de los médicos para ofrecer una mayor cobertura a expensas de los profesionales del área. Los pacientes se han convertido en clientes, y el sistema ha permitido que una consulta médica sea ahora un servicio, comparable en exigencia y remuneración por parte del cliente o su pagador, con la atención en una peluquería o en una tienda de abarrotes. Pero la historia de la medicina universal está llena de paradojas; no son raros los ejemplos de personajes cuyas más grandes contribuciones a la ciencia están relacionadas con la muerte. La guillotina, la silla eléctrica y algunos modelos de ametralladoras fueron diseñadas por médicos u otros profesionales de la salud. ¿Por qué habría de ser diferente la medicina en Colombia?

Un premio Nobel, varios destacados deportistas, un buen número de «cerebros fugados» y otro tanto de exiliados voluntarios, mezclados con el cuestionable reconocimiento del ingenio criminal de algunos de nuestros compatriotas, sazonado con años de excesos violentos y decorado con una serie de dudosas marcas mundiales en biodiversidad, humor y drama, conforman la receta de nuestro país, que no es muy diferente a la fórmula para hacer otras naciones. Lo cierto es que los colombianos no somos mejores ni peores que nuestros congéneres. Simplemente, somos distintos. Porque somos únicos, porque cada uno de nosotros es distinto y único: ninguno es como yo, no hay nadie como tú.

Las características que nos agrupan no nos hacen iguales. No todos los políticos son despreciables, ni todos los periodistas frívolos. Tampoco son inhumanos todos los médicos ni aprovechados, por defecto, los colombianos. La generalización es la forma más sutil de discriminación: siempre habrá personas geniales de cada sexo, raza, credo u oficio, como
también habrá, en los mismos bandos, algunos estúpidos, locos y gente aburrida o simplemente insoportable. Con esta convicción, y con la certeza de que todos tenemos los mismos derechos, es decir, derecho a lo mismo, es que podremos salir adelante. Para cambiar a Colombia no hace falta buscar ejemplos de lo peor o lo mejor que somos capaces de hacer, pues es lo mismo que pueden hacer los de los países vecinos, los cercanos y los más remotos. Para cambiar a Colombia hace falta cambiar de actitud, no de país. Pero esos son los cambios más difíciles, y suelen requerir de varias generaciones para empezar a verlos.

¿Cómo cambiar a Colombia? La respuesta, quizá, la sabrán mis hijas, o los descendientes de sus hijas.

Aníbal J. Morillo, MD.

9/21/2005

Deconstrucción de una huella
Pequeño ángel lector de una iglesia en Firavitoba, Boyacá, Colombia

Cara a Cara (C) 2000. A.J. Morillo. Composición, realce y manipulación digital de radiografías de cráneo. Imagen seleccionada por concurso para afiche del Simposio Cerebro, Arte y Creatividad, Universidad Nacional de Colombia. Parte de El Proyecto Via Cruxis: muestra de arte radiográfico.